La historia es variada para todos
los gustos en diferentes ámbitos del mundo académico, especialmente por ideales
diferentes, contra la mayoría que cree tener la razón dentro de las
universidades públicas a nivel mundial. La pública es puramente rótula, porque
está “privatizada” por un sector que domina mediante el voto a mano alzada o
escrutinio planificado dentro de las universidades o facultades para protegerse
entre los débiles que lo llamaba Nietzsche, sometiendo a voto las normas
establecidas para un determinado período de tiempo histórico que falsifican el
materialismo histórico.
Tenemos casos que marcaron la
época y la agenda de una nación como de Bertrand Russell que fue nombrado en la
Universidad de Nueva York, como apéndice de su trabajo lo resume en su libro Por qué no soy cristiano. Los miembros
del Departamento de Filosofía de la Universidad de la Ciudad de Nueva York y la
administración de la Universidad convinieron en acercarse a un filósofo
eminente para que llenase una de las vacantes. El departamento recomendó que se
invitase a Bertrand Russell, que en aquel momento estaba enseñando en la
Universidad de California.
La fecha de la comunicación era
el 24 de febrero de 1940; Bertrand Russell iba a encargarse sólo de los tres
cursos siguientes: Filosofía 13: Un
estudio de los modernos conceptos de lógica y de su relación con la ciencia,
las matemáticas y la filosofía. Filosofía
24: Un estudio de los problemas de los fundamentos de las matemáticas. Filosofía 27: Las relaciones de las
ciencias puras con las aplicadas, y la influencia recíproca entre la metafísica
y las teorías científicas.
Además, en la época en que fue
nombrado Bertrand Russell sólo podían concurrir hombres a los cursos diurnos
que sobre los temas de las artes liberales se daban en la Universidad de la
Ciudad de Nueva York. Por lo tanto, ninguna joven pura estaba en peligro de que
su mente quedase corrompida por las conferencias de Bertrand Russell. Efectivamente,
somos nombrados para desarrollar curso de filosofía en los primeros ciclos de
estudio denominado generales y el trabajo se cumplió de manera satisfactoria en
apreciación personal y estudiantil. Al margen de las apreciaciones generales de
los estudiantes en su mayoría, por no decir en su totalidad, la política
institucional del Departamento de Educación (UNSCH) cuestiona en opinión de sus
docentes que en algunos casos nunca estudiaron en el pregrado que debería ser
lo justo para opinar con autoridad moral; fui, cuestionado subjetivamente al
estilo del obispo George Berkeley y su idealismo subjetivo “existir es ser
percibido” con argumentos pertinentes para un sector extraacadémico que muy
bien personifica a los docentes que me cuestionaron, más por celos que por
razón.
Cuando se hizo público el
nombramiento de Russell, el obispo Manning, de la Iglesia Episcopal
Protestante, escribió una carta a todos los periódicos de Nueva York, en la
cual denunciaba el acto de la Junta. “¿Qué puede decirse de la universidades y
colegios – escribió -, que presentan a nuestra juventud como maestro
responsable de filosofía… a un hombre que es un reconocido propagandista contra
la religión y la moralidad, y que defiende específicamente el adulterio…?
¿Puede alguien interesado en el bien de nuestro país prestarse a que tales
enseñanzas se difundan con el apoyo de nuestros colegios y universidades?
Argumentos fuera de la razón
humana que sólo cabe en la mediocridad del hombre incipiente del saber mínimo a
la razón suficiente de la lógica. En la historia de las universidades los
docentes fueron cuestionados por sus ideales fuera de la rutina del saber a la
cual estamos acostumbrados, porque nos sentimos seguros en nuestra caverna
platónica, además en confianza porque todos nos comprendemos a la medida de
nuestra oscuridad mental. En defensa de Russell vinieron numerosos presidentes
de universidades. La que llamamos abiertamente a la comunidad universitaria es a
un debate abierto de nuestras diferencias intelectuales e ideales y no así
asuntos quejumbrosos hacia un mentor convaleciente académicamente. El recibir
la instrucción de un hombre del calibre intelectual de Bertrand Russell es un
raro privilegio para los estudiantes de cualquier parte… Sus críticos deberían
hacerle frente en el campo abierto y justo de la discusión intelectual y el
análisis científico. No tiene derecho a reducirle al silencio impidiéndole
enseñar… El problema es tan fundamental que no puede soslayarse sin poner en
peligro toda la estructura de la libertad intelectual, de que depende la vida
de la universidad americana. Whitehead, Dewey, Sharpley, Kasner, Einstein,
todos los principales filósofos y científicos del país fueron en apoyo del
nombramiento de Russell.
“Los grandes espíritus – advirtió
Einstein -, han hallado siempre violenta oposición de parte de las
mediocridades. Éstas no pueden entender que un hombre no se someta
irreflexivamente a los prejuicios hereditarios y use honrada y valientemente su
inteligencia”. Citando a Einstein no faltamos el respeto a vuestro detractor de
las opiniones y la forma como pienso, deberíamos aprender de la historia de los
grandes intelectuales de la humanidad, no parafrasear en un salón de clase como
ícono de modelo intelectual para actuar con bajezas ante un rival académico que
tiene la única arma su pensamiento y no los votos de la supuesta democracia.
En 1950, Russell pronunció las Conferencias Machette en la Universidad de Columbia.
Se le hizo un entusiasta recibimiento que los que estuvieron presentes no
olvidarán con facilidad. Se le comparó con el que tuvo Voltaire en 1784, cuando
volvió a París, el lugar donde había estado preso y del cual más tarde había
sido desterrado. En 1950, también, un comité sueco, cuyos principios eran
presumiblemente “inferiores a los requisitos de la decencia común”, concedió a
Bertrand Russell el Premio Nobel de Literatura. No hubo comentarios por parte
de la señora Kay, Goldstein o el juez McGeehan. Al menos, no se han publicado. Finalmente,
moriremos con los que se quedan en la Universidad pública que es de todos los
peruanos, “privado de un puñado…” como los que vamos primero de ella, al estilo
de Sócrates y brindaremos con la cicuta.
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